CHEVIVE

Chevive como Ceviche

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CHE IMAGEN

CHEVIVE

Por Miguel Coletti

Atena era el nombre de la diosa del Templo Faro que se llevó mi razón de adolescente. Siempre llegaba a mi casa alborotada luego del colegio, junto a mi hermana que era su amiga inseparable. Tal vez a ella nadie la esperaba, así que almorzaba con nosotros y luego pintaba sus cuadernos con esa letra violenta que solo ella manejaba a la perfección, y así nos conocimos, entre cubiertos, humos de sopa y lapiceros, derramando tinta china en los dedos, hasta que terminaba la tarde y ella se regresaba sola  a su barrio, caminando.

Mi hermana era yunta de esta hermosa morena que me dejó en blanco apenas apareció en mi vida su figura caribeña  y absorbí de cerca  su humor negro en ebullición, su agresiva belleza y ese tono de hablar que no  conocía de finezas ni de seriedades.

Atena  le había presentado a mi…

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CHEVIVE

 

 

CHEVIVE

CHEVIVE

Por Miguel Coletti

Atena era el nombre de la diosa del Templo Faro que se llevó mi razón de adolescente. Siempre llegaba a mi casa alborotada luego del colegio, junto a mi hermana que era su amiga inseparable. Tal vez a ella nadie la esperaba, así que almorzaba con nosotros y luego pintaba sus cuadernos con esa letra violenta que solo ella manejaba a la perfección, y así nos conocimos, entre cubiertos, humos de sopa y lapiceros, derramando tinta china en los dedos, hasta que terminaba la tarde y ella se regresaba sola  a su barrio, caminando.

Mi hermana era yunta de esta hermosa morena que me dejó en blanco apenas apareció en mi vida su figura caribeña  y absorbí de cerca  su humor negro en ebullición, su agresiva belleza y ese tono de hablar que no  conocía de finezas ni de seriedades.

Atena  le había presentado a mi hermana a la modista más discreta y exitosa del puerto, su vecina Doña Hilda Castro. Siempre la santificaba como a una verdadera artista del hilo y   aguja, madre soltera, luchadora y abnegada que era su cómplice de puerta y ventana del peligroso Pasaje Perla que tenía dos salidas, una al mar  y la otra una cancha de fútbol profesional que olía a pescado desesperadamente.

Mi hermana esperaba su gran fiesta de promoción y se sentía impaciente. Lejos de hacerse del estupendo lujo de ir comprar sin reflexionar a esas tiendas de moda por departamentos, decidió encargarle a doña Hilda la confección de su bello ajuar.

Mi hermana se sentó  frente a la costurera curtida en años , un  verdadero batán de ébano puesto en piedra, como dirían los viejos, y ella nos contó la siguiente historia:

Ernestito se parecía a Jesucristo, era un gringo buena gente que se atrevía a jugar el fútbol rudo del barrio de la mar brava, allí donde se practicaba la chalaca a discreción y sin miedo se volaba por los aires.

El gringo era marido de una señora que vivía en un cuartito aquí al costado y señalaba una senda en el callejón que conducía a una puerta clausurada, el venía a verla por las tardes  y en esas correteadas  conoció a la gente del barrio y como era tan simpático se enamoro de todas las chicas del barrio, de los niños y  se hizo una carrera como doctor del pasaje  y como futbolista, porque era muy bueno para meter y dejarse meter patada en el pampón de  la vuelta. Allí soportaba las bromas de los palomillas del barrio como si fueran ingenuidades, y cuando la batalla del fútbol había terminado, levantaba la pelota y convocaba a una reunión en el centro de la cancha para dar un pequeño discurso y estamparle dos besos a cada uno en las mejillas.

Atena se veía tan hermosa a cada instante, con su pelo africano laceado y sus inmensas argollas que colgaban de sus lóbulos rosados, los que deseaba absorber con locura hasta secarlos, el metal dorado brillaba como real en su vista virola, como bala perdida, y yo contemplaba su belleza con arrechura, pero con miedo. Allí empecé a caminar por la vida sin voltear, primero tenso, luego vi luz, un lugar conocido, mis propias huellas del camino de ida y ya me sentí mejor, pero más enamorado y pensé en lo que sentía, en la sorpresa de solo de mirar a ese cuerpo caliente, a ese perfume de morena que me alejaba de la realidad del Callao

Atena era su nombre, pero no era la diosa del Olimpo, si no la del peligroso barrio del  Templo Faro en el cogollo del Callao, aquel legendario mástil de donde se lanzaban  bravos clavados en el asfalto  los estibadores portuarios a consecuencia del bloqueo aduanero.

El templo era el ambiente de un faro  que alcanzaba las nubes y  dejaba ver en el horizonte una isla celeste donde se escondía el sol y una fortaleza de naves piratas que se hacían escuadra en el mar para desvalijar el puerto.

Atena tenía un culo guerrillero, en el que no podía dejar de pensar y me rayaba, era un culo hermoso, un culo con boina, matemático, a quien yo no contradecía para que no me dejara de hablar, un culo que era mi oxigeno, mi alimento, mi admiración y a quien yo respetaba por sus galones, un culo de avenida, de barrio, de esquina que olía a cariño y a casa donde seguro hacía feliz a un padre de familia, un culo que me abría las puertas del Callao porque me prestigiaba tenerlo cerca, un culo portuario, que brillaba con su medalla, un culo que me hacía crecer como ser humano en la victoria siempre, un culo serio, posible, un culo que usaba botas.

Como aquella vez que veía su caminar por las calles empedradas, sus caderas se apoderaban del mundo, con las que se contorneaba en medio de tanta vista de delincuente que le veían hasta la sombra del forro íntimo, bailaba salsa y  ellos iban a su son, como pelícanos enrollados del pico, relamidos, como piqueros envalentonados por la arrechura que les producía ver pasar a esta morena, comiéndose los mocos blancos, ella me veía y se acercaba con sus ojos grandes que los sacaba cuando le convenía y se reía de mi vergüenza, con sus dientes claros,  y su mirada de  verdad en medio de tanto lacra, y en  medio de un beso taciturno que duró varios minutos se despidió de mí  en medio de una fiesta de secos que giraban alrededor de un humo denso y cerveza que se devolvía en un baño que tenía jefe y donde hacían cola para entrar a orinar en grupos, en bandas,  donde seguro se preparaba mi celada, ella me tomó del brazo y me condujo hasta la misma puerta de la rumba que reventaba de vientos indecentes, ella, sincera, triste y vacía, me dejó ir.

Atena, te llevaste mi razón a cada esquina delincuencial,  a cada ventana sucia de micro donde aparecía tu nombre pintado  con la humedad  de mi dedo, a la consciencia de los animales aéreos, al comentario caliente del barrio, al rumor de una  conversación nuestra  perdida en la playa, a cada presentador de televisión que repetía que tu nombre protagonizaba un crimen cada mañana, a cada sueño de plomo y sangre sin despertar, a cada espacio alejado donde recibía tus mensajes de espera Atena.

Y así permanecí con este pensamiento que me enchuchó la vida hasta el final de la adolescencia.

BARAJAS

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 TAROT

BARAJAS

Por: Miguel Coletti

Fue una pelea del siglo pasado donde un recio panameño, un huracán del istmo con mano de piedra,  demolía por puntos al famoso púgil afroamericano Sugar Ray Leonard, brotaba a su vez la voz caribe de un maestro tonal que vaticinaba sin equivocarse el resultado minutos o días antes de las peleas que le tocaba narrar:

Se va a caer, se va a caer,  se cayó, o cuando su voz estallaba ante la violencia y el perdón del peleador que recibía resignado una ráfaga de golpes sin dirección pero con destino, el panameño brotaba: Este boxeador parece un aeropuerto, todos los golpes aterrizan en su rostro.

Aquella vez, cuando el mundo era distinto, Durán lo bailó a su advesario, le respiró en la nuca,  le absorbió el pallar de la oreja y  como un destrabador, rozó violentamente  sus bellos nerviosos hasta que se crisparon…

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BARAJAS

 

 TAROT

BARAJAS

Por: Miguel Coletti

Fue una pelea del siglo pasado donde un recio panameño, un huracán del istmo con mano de piedra,  demolía por puntos al famoso púgil afroamericano Sugar Ray Leonard, brotaba a su vez la voz caribe de un maestro tonal que vaticinaba sin equivocarse el resultado minutos o días antes de las peleas que le tocaba narrar:

Se va a caer, se va a caer,  se cayó, o cuando su voz estallaba ante la violencia y el perdón del peleador que recibía resignado una ráfaga de golpes sin dirección pero con destino, el panameño brotaba: Este boxeador parece un aeropuerto, todos los golpes aterrizan en su rostro.

Aquella vez, cuando el mundo era distinto, Durán lo bailó a su advesario, le respiró en la nuca,  le absorbió el pallar de la oreja y  como un destrabador, rozó violentamente  sus bellos nerviosos hasta que se crisparon en pequeños cristales  y le hicieron perder toda  la moral  y la pelea en el mítico Madison Square Garden.  Así fue aquel épico pasaje de la historia de Roberto Duran, un duro peleador callejero que venció a la pobreza  y  al imperialismo en una sola pelea.

Como un golpe certero en la retina, que ensueña y despierta, surge este libro de barajas ocultas de Álvaro Linares, con páginas doradas situadas en las esquinas de Babisalén y Jerusalonia, la pequeña morada de los elegidos. Esta narración bibliográfica y alegórica pertenece a un mundo que sorprende  y explora los territorios que viajó su autor entre Panamá, Perú y España.

Aquí (en la novela), nos comenta el escritor,  se describe una ciudad arquetípica donde existe una Torre de Babel que crece a lo ancho y lo alto entre la tierra y el mar.  Es una narración biográfica y a la vez alegórica que utiliza espacios geográficos ficticios y reales a la vez: como El Canal del Mundo, El Virreinato y la Conquista,  una mezcla entre los signos del zodiaco y los arcanos mayores del tarot para definir a los personajes de la novela: el Loco de Acuario, la Sacerdotisa de Aries,  el Emperador de Virgo, el Colgado de Tauro.

El lenguaje es anagrama y se puede entregar significados a las letras como barajarlas y permite crear nuevos espacios para una nueva mitología, nos comenta el autor.

En El Libro de las Barajas se describe también un universo de  arcanos menores como pajes, sotas, caballeros y reyes. En vez de cuatro reinas se mencionaba a cuatro damas en relación con los bastos, las copas, las espadas y los oros.  Además había personajes inventados como el Murciélago de Leo, el Mutante de Copas, y sus dos gorgonas, la Bruja Políglota del Elemento Aire, entre otros miembros de la Academia del Vampirismo de la Colonia.

La tradición histórica es mitológica, la relación arquetípica entre las letras del alfabeto los signos del zodiaco y del tarot.

Álvaro Linares Clarke, el escritor Panameño/Peruano  de esta novela audaz nos comenta acerca del tiempo difícil que le tocó vivir en su país natal, cuando este era gobernado por una dictadura militar sumamente violenta:   Fue un tiempo muy duro pero aleccionador donde no existían garantías personales para la vida, mucha violencia entre los jóvenes,  reinaba el bullying en las escuelas.

En el año 89  ocurre un acontecimiento de  doble importancia para la historia mundial, reflexiona el autor antes de terminar sus palabras: Los Yankis invaden Panamá y Mano de Piedra Duran obtiene su cuarto título mundial, una real paradoja. 

LIBRO BARAHAS